James Joyce
Hay veces este año que me he levantado como si estuviese en un universo paralelo, en el que el tercer milenio se ha vuelto kafkiano. Ha ocurrido con el Brexit, y ahora con la elección de Trump (por no hablar de la fase de transición en la que me encuentro en mi vida personal). Y me vienen preguntas “¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cómo se puede entender esto? ¿Y cómo navegarlo?”, no porque tenga la esperanza de poder contestarlas, sino por una necesidad profunda de enderezar el rumbo en este nuevo mundo inesperado y preocupante en el que despierto.
Me ayudan la práctica meditativa, el bagaje budista y toda esta trayectoria personal humanista, que ya me han adelantado algo sobre la impermanencia y la fragilidad de lo aparentemente sólido y duradero. Pero sólo me ayudan hasta cierto punto, quizás porque me apuntalan en cuanto a mi interioridad pero no me aclaran nada con respecto a los caminos colectivos que recorro, con mis familiares y amigos, y en último caso con todos los seres, humanos o no.
Me encuentro cuestionándolo casi todo. Tengo una idea de base de que todos, en mayor o menor grado, más o menos conscientemente, estamos aportando algo a la obra colectiva de la humanidad, seamos profesores, parados, políticos, obreros, empresarios, campesinos, jóvenes o viejos – todos contribuimos a edificar sobre lo ya edificado en el mundo exterior y en la conciencia colectiva. Entiendo que de generación en generación, e instante tras instante, todos estamos transmitiendo luces y sombras, y que según como sea la relación proporcional entre estas y aquellas, el sufrimiento general aumenta o disminuye.
Como individuo ante la realidad ingente y compleja, y habiendo sido profesor durante toda mi vida adulta y meditador desde hace dos décadas, creo que mi grano de arena consiste en apoyar el proceso educativo de las personas, aspirando a ayudarles a que se realicen como seres humanos, para que así también contribuyan a que el mundo sea un lugar mejor. No me siento solo – tengo la impresión de que formo parte de redes y círculos concéntricos de personas que se sienten movidos por aspiraciones muy parecidas y de ahí saco fuerzas en los momentos de duda o confusión. Ahora bien, de aquí a cierto tiempo, tengo la sensación de que mi paradigma (o el nuestro, si me remito a esos círculos y redes que he mencionado) se tambalea. Sigo confiando en la importancia de aportar algo al mundo pero empiezo a dudar, no tanto de la eficacia de los colectivos en los que participo sino de la representación que nos hacemos del mundo, en base a la cual actuamos.
Hay voces y visiones que iluminan mi confusión: por hablar sólo de las más recientes, la de Owen Jones con su desconstrucción de los poderes fácticos en el Reino Unido (aunque podría ser España o Estados Unidos – no dudo de que los mecanismos sean universales, como sacados de un manual de gobernación desdoblada); la de Yuval Noah Harari con sus advertencias sobre la dificultad que tienen tanto la clase política como el electorado para entender y gestionar los cambios tecnológicos vertiginosos que nos vienen encima y; la de Adam Curtis que en sus últimos documentales Bitter Lake e HyperNormalisation reelabora el concepto marxista de conciencia falsa, describiendo las narrativas simplificadas que maneja cada comunidad en su burbuja informativa, queriendo dar significado a la realidad aunque en realidad sólo acaben dando palos de ciego.
Así que por crisis de representación no me refiero solamente (aunque también) a la mala manera en la que nos representan las clases políticas, títeres de los poderes fácticos a escala planetaria y promotores de una cosmovisión que maquilla la realidad en vez de desvelarla y que los demás asumimos como real. En realidad lo que me interesa más, como educador atento, es como todos - ricos y pobres, el 1% y el 99%, los del sur y los del norte - nos hacemos (cómplices de) una idea equivocada de cómo es la realidad, de lo que es realmente importante, y como esa apreciación equivocada genera colectivamente más sufrimiento, incluso para los que más tienen (aunque estos vivan una ignorancia aparentemente más privilegiada y protegida que los demás).
Entonces si me pongo a analizar hacia donde nos dirigimos y por qué, me vienen a la mente varios factores. El primero es que, ante los cambios infraestructurales de globalización y tecnologización aceleradas, hay una tendencia importante en sectores muy extendidos de la población hacia el centro de gravedad más bajo, hacia una especia de inercia sociopolítica conservadora, que promete seguridad y una vuelta a lo viejo conocido como respuesta al miedo que provoca lo nuevo desconocido.
También, podemos ver como la insatisfacción es el motor de la economía global - si todas las personas con las necesidades básicas cubiertas nos diésemos por satisfechas con lo que tenemos a nivel material, la economía mundial tal y como está planteada se atascaría en muy poco tiempo. Jugando con la insatisfacción inherente en la conciencia colectiva y el miedo atávico ante lo desconocido, las fuerzas que han salido victoriosas en el Brexit y en la elección de Trump han maniobrado para ir más allá de la inercia conservadora, que al fin y al cabo es parte consustancial del establishment, para llegar a una posición más patológica en la que se despiertan los fantasmas del fascismo, del racismo y de la opresión de minorías (y no tan minorías, en caso de las mujeres).
Un último factor sería que, desde los mismos poderes fácticos, ya hace tiempo que el sueño de la Ilustración se ha olvidado y se ha abandonado la pretensión de educar de verdad a las personas, sustituyendo la educación de ciudadanos autónomos por la formación de consumidores heterónomos, o sea lo que equivale a promover cierta inconciencia generalizada. Sin embargo, se ve como esa tendencia a sí dar una educación, pero no demasiado, ha dado resultados perversos con la elección por parte de la población de opciones atávicas y regresivas que ponen en peligro incluso los insuficientes avances del siglo XX.
Hasta aquí llego en cuanto a análisis de donde estamos, hacia donde no dirigimos y por qué. Queda por ofrecer alguna pista sobre cómo responder ante este estado de las cosas. Como educador y meditador me siento en la necesidad de intentar ayudar a las personas a ver con claridad (vipassana) tanto su propia interioridad y el mundo exterior en el que se mueven como los hilos invisibles que unen exterior e interior en nuestra conciencia y valores colectivos. A mi modo de ver, lo que necesitamos hacer se puede resumir en tres pasos. El primero consiste en que tomemos conciencia del nivel micro en nuestro mundo interior y de cómo nuestros deseos y miedos sirven para que nos enganchemos a una manera de ser en el mundo que sólo nos regenera constantemente más sufrimiento.
El segundo paso tiene que ver con aprender a ver como en el nivel meso (entre micro y macro) del mundo exterior inmediato, lo que nos viene reflejado en nuestras pantallas no es más que el espejismo de las burbujas mediatizadas que mantienen comunidades y cosmovisiones incomunicadas entre sí, contribuyendo a impedir esa clara visión del estado de las cosas y mantener en pie una superestructura en muchos sentidos patológica.
El último paso, que depende de los dos anteriores, consiste en vislumbrar como, en el nivel macro, los mecanismos complejos que rigen nuestra vida en el mundo a principios del tercer milenio pueden descarrilarse y derivar en todavía más ignorancia, inconciencia y sufrimiento de lo que ya experimentamos. Como corolario añadiría que no se trata de llegar al extremo de las teorías de la conspiración, ya que entiendo que estas resultan ser una manera más de impedir que las personas nos demos cuenta de la verdadera naturaleza de la realidad en la que vivimos.
Para finalizar, supongo que al fin y al cabo lo que anhelo y lo que reclamo como proyecto bottom-up (desde abajo hacia arriba, ya que desde arriba para abajo se ve que la res publica no da más de sí) es una especie de Neo-Ilustración. Es de esperar que con este renacimiento de la conciencia podríamos entendernos y entender el mundo de una manera que permitiese que, en vez de aumentarse inexorablemente el sufrimiento, cada vez más personas, comunidades y colectivos pudiesen florecer y prosperar en lo que es realmente importante en esta vida. Aunque todo esto suene a utopía, digo yo que primero necesitamos soñar con que otro mundo sea posible, si queremos encaminarnos hacia su realización.