Durante el verano cuando estuve de descanso unos días con Samu en Vigo aproveché para leer Authentic Happiness (La Felicidad Auténtica) de Martin Seligman. De entrada es un título que me echa un poco para atrás, quizás porque hay algo en mí que piensa que debo conformarme con estar contento y no ambicionar demasiada felicidad, no vaya a ser que resulte decepcionado. No sólo eso sino que también existe en muchas tradiciones la idea de la felicidad como derivado secundario de una práctica o de un camino, más que un objetivo en sí. Sea como fuera, el libro también me atraía porque, como estudiante de psicología, la variante que practica Seligman – la psicología positiva – me parece un enfoque potencialmente enriquecedor, claramente diferenciado de otros abordajes centrados más bien en patologías que en la salud afectiva.
Al final, el libro me ha gustado mucho, por distintos motivos, empezando con la manera que tiene Seligman de combinar una perspectiva subjetiva, en la que se sincera sobre sus propias dificultades en el camino, con otros enfoques psicológicos y pragmáticos, que ofrecen pistas y “hojas de ruta” hacia la vida buena de tipo aristotélico. Básicamente lo que vienen a decir Seligman y sus colaboradores es que seremos más felices en la medida que recurrimos a las fortalezas personales con las que cada uno ya cuenta, sea la curiosidad, la valentía, la perseverancia, la bondad, o el liderazgo.
También hace unas distinciones muy útiles en cuanto a la relación entre emoción positiva y pasado, futuro y presente: las emociones positivas en cuanto al futuro incluyen optimismo, fe, confianza etc; con respecto al pasado incluyen satisfacción, realización y serenidad; y cara al presente incluyen alegría, calma, y flujo. Y da pistas sobre prácticas que ayudan a mejorar el estado afectivo en relación con cada tiempo. Por ejemplo, para el pasado, sugiere prácticas que implican desarrollar la gratitud (como el ejercicio, que comenté en otro momento, de las “Tres Bendiciones”) y el perdón. Este último me ha gustado porque me recuerda la práctica budista de metta (también en otra entrada) y me sirve para sanar el rencor que todavía me queda hacia personas por cosas del pasado.
En cuanto a lo del futuro, distingue entre el estilo pesimista y el estilo optimista en dos vertientes, permanencia y ubicuidad. Así el estilo pesimista tiende a ver las cosas malas en términos de “siempre” o “nunca”: “los dietas nunca funcionan”, “la gente siempre acaba traicionándote”, “el jefe es un cabrón” (permanente) mientras que el optimista interpreta las mismas cosas como más pasajeras: “los dietas no funcionan si vas siempre a comer fuera”, “ha habido momentos difíciles cuando me he sentido traicionado” o “el jefe está teniendo un mal día” (temporal). La ubicuidad se refiere a la medida en que logramos que un problema se limite a un área concreta de la vida o dejamos que se generalice a toda ella, cediendo así al pensamiento catastrofista. Así el estilo pesimista interpreta que “todos los profesores son injustos”, “soy repelente” o “los blogs no valen para nada” mientras que el optimista se dice más bien que “mi profesor de inglés es injusto”, “le resulto repelente a ella” o “este blog no vale para nada”. Aquí también da un modelo para ayudar a que tomemos conciencia de los pensamientos pesimistas cuando surjan, siguiendo una serie de pasos para discutirlos y transformar nuestra reacción ante las adversidades inevitables que vamos a encontrar en la vida.
Mirando la cuestión de la felicidad en el aquí y ahora, distingue entre la que viene de los placeres y la que viene de lo que llama las “gratificaciones”. Los placeres - como una comida rica, una buena ducha, hacer el amor, o la escucha de una canción conmovedora - son más sensoriales, emocionales y efímeros en la medida que nos habituamos a ellos. Las gratificaciones – como puede ser bailar, leer un buen libro, hacer alpinismo, jugar al ajedrez, o dedicar tiempo a una ONG – conllevan una implicación, una absorción e incluso una práctica que va más allá de los placeres. La clave que da para lograr más felicidad en el aquí y ahora es sencillamente identificar cuáles son tus fortalezas personales (mediante una de las muchas encuestas que incluye en el libro y también en su página web en castellano) y luego incidir en ellas conscientemente en nuestros quehaceres diarios.
Finalmente, más allá del placer efímero y la gratificación duradera al nivel individual, es posible que las emociones positivas tengan una función evolutiva para resaltar y fomentar situaciones conocidas la Dinámica Espiral como win-win-win (yo gano, nosotros ganamos, todo el mundo gana). El ir encontrando un significado o un propósito en la vida, mediante el cual hacemos una humilde aportación al bien de todos los seres, también contribuye, de paso, a hacernos más felices. De modo que, según Seligman, la felicidad surge cuando sabemos disfrutar de los placeres (la vida placentera) pero incidimos también en nuestras fortalezas personales para fomentar la gratificación en las áreas principales de nuestra vida (la vida buena), todo ello en servicio de algo más grande que nosotros mismos (la vida significativa). Puesto así, ¡hasta parece fácil!
Al final, el libro me ha gustado mucho, por distintos motivos, empezando con la manera que tiene Seligman de combinar una perspectiva subjetiva, en la que se sincera sobre sus propias dificultades en el camino, con otros enfoques psicológicos y pragmáticos, que ofrecen pistas y “hojas de ruta” hacia la vida buena de tipo aristotélico. Básicamente lo que vienen a decir Seligman y sus colaboradores es que seremos más felices en la medida que recurrimos a las fortalezas personales con las que cada uno ya cuenta, sea la curiosidad, la valentía, la perseverancia, la bondad, o el liderazgo.
También hace unas distinciones muy útiles en cuanto a la relación entre emoción positiva y pasado, futuro y presente: las emociones positivas en cuanto al futuro incluyen optimismo, fe, confianza etc; con respecto al pasado incluyen satisfacción, realización y serenidad; y cara al presente incluyen alegría, calma, y flujo. Y da pistas sobre prácticas que ayudan a mejorar el estado afectivo en relación con cada tiempo. Por ejemplo, para el pasado, sugiere prácticas que implican desarrollar la gratitud (como el ejercicio, que comenté en otro momento, de las “Tres Bendiciones”) y el perdón. Este último me ha gustado porque me recuerda la práctica budista de metta (también en otra entrada) y me sirve para sanar el rencor que todavía me queda hacia personas por cosas del pasado.
En cuanto a lo del futuro, distingue entre el estilo pesimista y el estilo optimista en dos vertientes, permanencia y ubicuidad. Así el estilo pesimista tiende a ver las cosas malas en términos de “siempre” o “nunca”: “los dietas nunca funcionan”, “la gente siempre acaba traicionándote”, “el jefe es un cabrón” (permanente) mientras que el optimista interpreta las mismas cosas como más pasajeras: “los dietas no funcionan si vas siempre a comer fuera”, “ha habido momentos difíciles cuando me he sentido traicionado” o “el jefe está teniendo un mal día” (temporal). La ubicuidad se refiere a la medida en que logramos que un problema se limite a un área concreta de la vida o dejamos que se generalice a toda ella, cediendo así al pensamiento catastrofista. Así el estilo pesimista interpreta que “todos los profesores son injustos”, “soy repelente” o “los blogs no valen para nada” mientras que el optimista se dice más bien que “mi profesor de inglés es injusto”, “le resulto repelente a ella” o “este blog no vale para nada”. Aquí también da un modelo para ayudar a que tomemos conciencia de los pensamientos pesimistas cuando surjan, siguiendo una serie de pasos para discutirlos y transformar nuestra reacción ante las adversidades inevitables que vamos a encontrar en la vida.
Mirando la cuestión de la felicidad en el aquí y ahora, distingue entre la que viene de los placeres y la que viene de lo que llama las “gratificaciones”. Los placeres - como una comida rica, una buena ducha, hacer el amor, o la escucha de una canción conmovedora - son más sensoriales, emocionales y efímeros en la medida que nos habituamos a ellos. Las gratificaciones – como puede ser bailar, leer un buen libro, hacer alpinismo, jugar al ajedrez, o dedicar tiempo a una ONG – conllevan una implicación, una absorción e incluso una práctica que va más allá de los placeres. La clave que da para lograr más felicidad en el aquí y ahora es sencillamente identificar cuáles son tus fortalezas personales (mediante una de las muchas encuestas que incluye en el libro y también en su página web en castellano) y luego incidir en ellas conscientemente en nuestros quehaceres diarios.
Finalmente, más allá del placer efímero y la gratificación duradera al nivel individual, es posible que las emociones positivas tengan una función evolutiva para resaltar y fomentar situaciones conocidas la Dinámica Espiral como win-win-win (yo gano, nosotros ganamos, todo el mundo gana). El ir encontrando un significado o un propósito en la vida, mediante el cual hacemos una humilde aportación al bien de todos los seres, también contribuye, de paso, a hacernos más felices. De modo que, según Seligman, la felicidad surge cuando sabemos disfrutar de los placeres (la vida placentera) pero incidimos también en nuestras fortalezas personales para fomentar la gratificación en las áreas principales de nuestra vida (la vida buena), todo ello en servicio de algo más grande que nosotros mismos (la vida significativa). Puesto así, ¡hasta parece fácil!
1 comentario:
Muchas gracias por este comentario, Stu. Me parece muy importante desarrollar un sentido positivo de la vida, desde lo individual a lo colectivo, como un todo. A mí me ayuda mucho sentir que no hay energías buenas ni malas, sino una capacidad de transformación en armonía o disarmonía en cada uno de nosotros.
Un abrazo.
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