martes, noviembre 28, 2006

La Toxicidad



Hace unas semanas vimos un DVD que nos prestó una amiga que se llama Super Size Me: se trata de un hombre, Morgan Spurlock, que decide comer exclusivamente (es decir, desayuno, comida y cena) de McDonald’s durante un mes entero, como medida de concienciación acerca de los efectos sobre la salud de una McDieta. Se desarrolla como un documental bien investigado, combinando datos sobre la industria y la cultura de la comida rápida con imágenes de la transformación perturbadora en el físico y el ánimo de un hombre en un principio saludable (y eso que se beneficia del seguimiento y de la orientación de varios médicos, todos bastante incrédulos con lo que se está haciendo). Lo que viene a demostrar el documental es el grado de toxicidad presente en las dietas de comida rápida (porque McDonald’s es solamente un ejemplo) cada vez más predominante. Pero también deja ver el punto de complicidad del consumidor con esa industria: no es sólo que “ellos” me hacen algo sino que yo dejo que me lo hagan.


Me recordó el enfoque de Dr Wayne Dyer en su libro El Poder de la Intención. Dyer habla de cambiar la manera en la que uno conecta con el mundo (algo así como cambiar el punto de encaje, como diría Castaneda), de modo que uno se relaciona con cosas de una frecuencia energética alta en vez de una baja (los más cartesianos aquí podríamos cambiar los términos usados por otros como “pensamiento positivo”, “sustancias o discursos patológicos” etc). Sea como fuera el lenguaje en el que se enuncia, la idea de fondo que expresa es interesante, porque tiene que ver con asumir la responsabilidad propia cada un* en su vida y con reenmarcar la experiencia, cambiar el tangente desde el cual nos implicamos en la vida. Es como una extensión de lo que dice Ramana Maharshi sobre la importancia de frecuentar personas evolucionadas (ver entrada previa: La Ropa Sucia): no sólo hay que hacer eso sino también buscarse lecturas, peliculas evolucionadas, entornos luminosos, cualquier cosa que fomenta el crecimiento de lo saludable dentro de un* y tomar conciencia, serenamente, de todo lo tóxico que nos rodea, en los medios, en nuestras vidas cotidianas, en la contaminación acústica, el bombardeo informativo y mediático, en el estrés contagioso de la gente corriendo de un lado a otro, escapándose de los miedos, persiguiendo espejismos, sin llegar nunca a la satisfacción.

Sobre todo es cuestión de darse cuenta del hecho de que la toxicidad que más importa no está fuera de nosotr*s sino dentro. Cuanto más tomamos conciencia de nuestra propia toxicidad (que es otra manera de decir nuestra sombra), menos va a resonar inconscientemente con la toxicidad ambiental y más vamos a poder tomar las riendas de nuestras vidas, ser sus protagonistas en vez de víctimas del inconsciente personal y colectivo. Claro está que no se trata sólo de eliminar lo tóxico: más bien es cuestión de ir creando las condiciones para que estalle la paz, para que surja la transformación, al ir quitando obstáculos, lastres, impedimientos, todo lo que nos previene unirnos con lo que Dyer llama la Intención, o el Intento de Castaneda, o el Vacío Fertil del budismo o el sustrato dinámico, en fin, el Ser del que todo surge, instante tras instante, y que, a veces, cuando nos enamoramos o caminamos por un bosque hermoso o tenemos una meditación excepcional, llegamos a intuir.

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