Al empezar este blog, tenía en mente varios temas que quería tratar (luego los demás temas ya irían surgiendo por el mismo impulso del ‘blogaje’). Una cosa que quería tratar era el tema de la sombra, tanto la mía como la ajena. Y es que desde que empecé a meditar hace casi diez años, lo cual coincidió con el principio también de una búsqueda de sanación emocional en distintos contextos terapéuticos, empecé también a darme cuenta de la estrecha relación entre el camino espiritual y la indagación en mi sombra. Según Jung, la sombra es una parte de la mente inconsciente a la que hemos relegado los aspectos de la conciencia más desagradables, la materia reprimida. Es una fuerza psíquica instintiva e irracional y tiene una influencia poderosa aunque insospechada en nuestra vida cotidiana. En una ocasión comparó al ser humano con un iceberg – la parte visible, más pequeña sería la persona pública mientras la parte sumergida y muchísima más grande representaría la sombra, la masa inconsciente que determina el rumbo de nuestras vidas sin que nos demos cuenta. En otra ocasión usó la metáfora de la marioneta: la persona es como una marioneta, manejada mediante hilos invisibles por la sombra sin que caigamos en la cuenta ni siquiera de ello.
De algún modo, podríamos decir que nuestro ser consciente se debate en una estrecha franja entre la sombra y la luz, que cuanto más nos estiramos hacia la luz, más la sombra se estira también. Yo por lo menos he sentido mi práctica así en estos años. Por un lado una aspiración hacia algo más grande que mi yo, un abrirme al Ser, o a la gracia, o a un no sé qué. Por otro lado un reconocimiento de todo lo que he ido relegando al desván del inconsciente, ira, tristeza, abandono, y un sinfín de emociones, no todas negativas desde luego, pero que quedaron como desheredadas, exiliadas de mi persona. Y claro está que estas emociones, estos aspectos reprimidos de la conciencia no desaparecen sino que vuelven, por ejemplo, en forma de proyecciones: proyecto en mi entorno lo que no admito dentro de mí, encuentro la ira, la tristeza, el abandono por todos lados y lo que veo parece ser el mundo (y yo su víctima) cuando en realidad la percepción está (a veces muy) distorsionada por los filtros de mi proyección.
Sin embargo, la sombra no es algo negativo, rechazable, sino más bien algo que debemos abrazar. Esto es algo que puede costar entender en un principio: cuando empecé a trabajar con Richard hace unos años me acuerdo que me decía que tenía que integrar mi sombra y algo dentro de mí se horrorizaba, “¡Cómo! ¡Si no quiero saber nada de eso, todo lo contrario, quiero sanarme, no integrar el veneno!” Pero en esto debe de haber algún principio homeopático o alquímico, algo como la semilla de suciedad que da lugar a la perla. Para Jung, de hecho, la sombra constituía un tesoro que no habría que desperdiciar proyectándola sobre los demás. Y para Maslow, la integración de la sombra y el fin de la guerra intrapsíquica que supone, es la clave para alcanzar la auto-actualización (y entonces también para la auto-trascendencia). En fin, ¡se ve que en la marcha hacia la luz está bien no olvidarse de la sombra!
De algún modo, podríamos decir que nuestro ser consciente se debate en una estrecha franja entre la sombra y la luz, que cuanto más nos estiramos hacia la luz, más la sombra se estira también. Yo por lo menos he sentido mi práctica así en estos años. Por un lado una aspiración hacia algo más grande que mi yo, un abrirme al Ser, o a la gracia, o a un no sé qué. Por otro lado un reconocimiento de todo lo que he ido relegando al desván del inconsciente, ira, tristeza, abandono, y un sinfín de emociones, no todas negativas desde luego, pero que quedaron como desheredadas, exiliadas de mi persona. Y claro está que estas emociones, estos aspectos reprimidos de la conciencia no desaparecen sino que vuelven, por ejemplo, en forma de proyecciones: proyecto en mi entorno lo que no admito dentro de mí, encuentro la ira, la tristeza, el abandono por todos lados y lo que veo parece ser el mundo (y yo su víctima) cuando en realidad la percepción está (a veces muy) distorsionada por los filtros de mi proyección.
Sin embargo, la sombra no es algo negativo, rechazable, sino más bien algo que debemos abrazar. Esto es algo que puede costar entender en un principio: cuando empecé a trabajar con Richard hace unos años me acuerdo que me decía que tenía que integrar mi sombra y algo dentro de mí se horrorizaba, “¡Cómo! ¡Si no quiero saber nada de eso, todo lo contrario, quiero sanarme, no integrar el veneno!” Pero en esto debe de haber algún principio homeopático o alquímico, algo como la semilla de suciedad que da lugar a la perla. Para Jung, de hecho, la sombra constituía un tesoro que no habría que desperdiciar proyectándola sobre los demás. Y para Maslow, la integración de la sombra y el fin de la guerra intrapsíquica que supone, es la clave para alcanzar la auto-actualización (y entonces también para la auto-trascendencia). En fin, ¡se ve que en la marcha hacia la luz está bien no olvidarse de la sombra!
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