Este es el título de un capítulo del libro Una Nueva Visión del Budismo de Dhiravamsa, y como la temática del retiro de meditación que celebraremos con él en Galicia el primer fin de semana de abril va a ser el trabajo con la sombra, he pensado que era un buen momento para volver a leerlo y comentarlo. Teniendo en cuenta que en el mundo espiritual la sombra se hace sentir a veces con tanta fuerza, me parece especialmente apropiado el hecho de coger el buey por los cuernos, por así decirlo, y mirar el tema de frente en el contexto de un retiro.
Dhiravamsa caracteriza la sombra como “un sistema de energía desconocido operando dentro del domino del inconsciente”, refiriéndose a características de nosotros y del mundo que rechazamos y que acaban convirtiéndose en seres deshonrados (los mismos disowned selves o sub-personalidades renegadas de las que hablan Hal y Sidra Stone en su trabajo con el Diálogo de Voces). También recoge la distinción que hace Jung entre la sombra oscura y la sombra dorada, es decir por un lado las características negativas de las que renegamos en nosotros mismos, como pueden ser las emociones destructivas de ira, tristeza o miedo, y por otro las positivas, como por ejemplo nuestra fuerza, nuestra intuición o nuestra luminosidad.
Nuestra participación en la cultura implica forzosamente el desarrollo de un ‘yo’, y en un primer momento es normal que el ‘yo’, para ser funcional, sepa establecer fronteras y discernir entre las cosas buenas y malas. Así nace la dicotomía entre ego y sombra, ya que las ‘cosas malas’ se relegan a la sombra, donde quedan latentes, ejerciendo una influencia normalmente invisible en nuestras vidas. A esto se añade el hecho de que el ego no sólo se desidentifica de la sombra sino también de la luz, creándose así la ya mencionada sombra dorada. El autor recalca que aunque este proceso de culturización y desarrollo inicial del ego es algo normal y saludable, la función de la religión en la evolución posterior del individuo es ayudar a (re)integrar todos los aspectos de nuestro ser (lo que Jung llamaba individuación).
La importancia de la sombra no es sólo teórica sino que se hace sentir en nuestras vidas en la medida en que no logramos integrarla y hacernos amigos de ella. Esto es así a causa de la proyección, la tendencia que tenemos de reciclar nuestra sombra, sea oscura o dorada, proyectándola sobre los demás. Es decir que si yo rechazo mi propio enfado, luego se lo acabo cargando a otra persona a la que puedo percibir como irritante o molesta, a la vez que hincho a mi ego a través de la crítica. O bien si me da miedo asumir mi propia autoridad, puedo otorgársela a otra persona, por ejemplo, a un maestro, viéndolo como más iluminado o más avanzado en el camino que yo, al mismo tiempo que me empequeñezco a mí mismo. El problema realmente no es tanto la proyección, que es algo natural que todos hacemos en alguna medida, sino que no nos damos cuenta de esta dinámica. Esto hace que a menudo no veamos realmente a la otra persona con nitidez sino que le vemos de modo opaco a través del filtro inconsciente de la sombra que hemos proyectado encima, como si la persona real estuviese envuelta en una película distorsionadora.
Así el trabajo con la sombra consiste primero en fijarse en las señales de que uno mismo está proyectando, por ejemplo, tomar conciencia de cuando percibes características ajenas de modo exagerado, sintiéndote muy alterado positiva o negativamente por lo que hace otra persona – este tipo de perturbación en el campo intersubjetivo es una buena señal de que algo se ha removido en tu propia sombra, ya que si no fuese así estarías mucho más ecuánime. También nuestro cuerpo mismo nos da señales, por ejemplo a través de una contracción (en la barriga, en los hombros …) y el darse cuenta de una alteración física puede ayudarnos a identificar el momento mismo en el que nuestra sombra empieza a moverse. Otro aspecto de este trabajo sería tomar conciencia de la sombra ajena proyectada sobre uno mismo sin entrar en reacción, evitando así que salten las chispas del choque entre sombra y sombra. La recomendación de Dhiravamsa en estos casos es lo siguiente: “Para rechazar la sombra de otro, no se contraataca; como un buen torero o matador, se deja pasar al toro, pero se permanece anclado firmemente en uno mismo”.
Finalmente de lo que se trata es de adueñarse en la medida de lo posible de la propia sombra en vez de proyectarla sobre los demás, despilfarrando algo que de hecho nos hace falta para nuestra propia integración. Este hacerse amigo de la propia sombra no significa identificarse con ella sino reconocerla y aceptarla amorosamente para que, como concluye Dhiravamsa, se pueda transformar, “ofreciendo a su dueño un amplio espacio para integrarse en la totalidad de su personalidad liberada.” Al mirar hacia atrás en este blog, veo que ya me he referido a la sombra en numerosas ocasiones, por lo que parece que forma parte de mi manera de entender el mundo, de entender mis propias dinámicas con los demás y vice versa. Será que todavía tengo trabajo pendiente con las dos caras de mi sombra, la oscura y la luminosa, y que me siento más seguro navegando mis relaciones con los demás cuando tengo presente los bajos fondos del inconsciente que nos subyacen a todos.
Dhiravamsa caracteriza la sombra como “un sistema de energía desconocido operando dentro del domino del inconsciente”, refiriéndose a características de nosotros y del mundo que rechazamos y que acaban convirtiéndose en seres deshonrados (los mismos disowned selves o sub-personalidades renegadas de las que hablan Hal y Sidra Stone en su trabajo con el Diálogo de Voces). También recoge la distinción que hace Jung entre la sombra oscura y la sombra dorada, es decir por un lado las características negativas de las que renegamos en nosotros mismos, como pueden ser las emociones destructivas de ira, tristeza o miedo, y por otro las positivas, como por ejemplo nuestra fuerza, nuestra intuición o nuestra luminosidad.
Nuestra participación en la cultura implica forzosamente el desarrollo de un ‘yo’, y en un primer momento es normal que el ‘yo’, para ser funcional, sepa establecer fronteras y discernir entre las cosas buenas y malas. Así nace la dicotomía entre ego y sombra, ya que las ‘cosas malas’ se relegan a la sombra, donde quedan latentes, ejerciendo una influencia normalmente invisible en nuestras vidas. A esto se añade el hecho de que el ego no sólo se desidentifica de la sombra sino también de la luz, creándose así la ya mencionada sombra dorada. El autor recalca que aunque este proceso de culturización y desarrollo inicial del ego es algo normal y saludable, la función de la religión en la evolución posterior del individuo es ayudar a (re)integrar todos los aspectos de nuestro ser (lo que Jung llamaba individuación).
La importancia de la sombra no es sólo teórica sino que se hace sentir en nuestras vidas en la medida en que no logramos integrarla y hacernos amigos de ella. Esto es así a causa de la proyección, la tendencia que tenemos de reciclar nuestra sombra, sea oscura o dorada, proyectándola sobre los demás. Es decir que si yo rechazo mi propio enfado, luego se lo acabo cargando a otra persona a la que puedo percibir como irritante o molesta, a la vez que hincho a mi ego a través de la crítica. O bien si me da miedo asumir mi propia autoridad, puedo otorgársela a otra persona, por ejemplo, a un maestro, viéndolo como más iluminado o más avanzado en el camino que yo, al mismo tiempo que me empequeñezco a mí mismo. El problema realmente no es tanto la proyección, que es algo natural que todos hacemos en alguna medida, sino que no nos damos cuenta de esta dinámica. Esto hace que a menudo no veamos realmente a la otra persona con nitidez sino que le vemos de modo opaco a través del filtro inconsciente de la sombra que hemos proyectado encima, como si la persona real estuviese envuelta en una película distorsionadora.
Así el trabajo con la sombra consiste primero en fijarse en las señales de que uno mismo está proyectando, por ejemplo, tomar conciencia de cuando percibes características ajenas de modo exagerado, sintiéndote muy alterado positiva o negativamente por lo que hace otra persona – este tipo de perturbación en el campo intersubjetivo es una buena señal de que algo se ha removido en tu propia sombra, ya que si no fuese así estarías mucho más ecuánime. También nuestro cuerpo mismo nos da señales, por ejemplo a través de una contracción (en la barriga, en los hombros …) y el darse cuenta de una alteración física puede ayudarnos a identificar el momento mismo en el que nuestra sombra empieza a moverse. Otro aspecto de este trabajo sería tomar conciencia de la sombra ajena proyectada sobre uno mismo sin entrar en reacción, evitando así que salten las chispas del choque entre sombra y sombra. La recomendación de Dhiravamsa en estos casos es lo siguiente: “Para rechazar la sombra de otro, no se contraataca; como un buen torero o matador, se deja pasar al toro, pero se permanece anclado firmemente en uno mismo”.
Finalmente de lo que se trata es de adueñarse en la medida de lo posible de la propia sombra en vez de proyectarla sobre los demás, despilfarrando algo que de hecho nos hace falta para nuestra propia integración. Este hacerse amigo de la propia sombra no significa identificarse con ella sino reconocerla y aceptarla amorosamente para que, como concluye Dhiravamsa, se pueda transformar, “ofreciendo a su dueño un amplio espacio para integrarse en la totalidad de su personalidad liberada.” Al mirar hacia atrás en este blog, veo que ya me he referido a la sombra en numerosas ocasiones, por lo que parece que forma parte de mi manera de entender el mundo, de entender mis propias dinámicas con los demás y vice versa. Será que todavía tengo trabajo pendiente con las dos caras de mi sombra, la oscura y la luminosa, y que me siento más seguro navegando mis relaciones con los demás cuando tengo presente los bajos fondos del inconsciente que nos subyacen a todos.
1 comentario:
Últimamente siento un peso considerable de la sombra, especialmente porque he llegado a la conclusión de que, en mi cuello, se produce un corte entre el cuerpo y el cerebro. Los pensamientos se van fuera, hacia los demás, hacia la admiración o hacia el enfado; por otra parte, mi rostro no acostumbra a reflejar las emociones que se extienden por mi cuerpo.
Puedo sentir rabia o tristeza o miedo en el estómago, en los intestinos o en el corazón, pero se quedan ahí, girando y buscando un camino liberador, porque mis esquemas infantiles buscaban una protección en la ocultación.
Así he llegado a sentirme sin sitio en el mundo, y con dificultades para ordenar y activar mis capacidades y mi auténtica percepción de la vida.
Como siempre, creo que esto también tiene sentido, y que su liberación traerá el fruto que encierra.
Un abrazo
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